Aprender a hablar sin tartamudear

La intervención temprana es fundamental para evitar que esta alteración cause problemas de aprendizaje.

Algunos niños tienen dificultades para hablar sin entrecortarse o reiterar sonidos en las frases. En estos casos, no es aconsejable amplificar el problema, pero tampoco dejar pasar el tiempo y, si es necesario, pedir ayuda a un profesional porque la tartamudez puede afectar al rendimiento académico. Los métodos de corrección son fundamentales para evitar que la alteración en la fluidez de la palabra se convierta en crónica.

El 5% de los niños que comienzan a utilizar frases completas, entre dos y medio y cinco años, destacan por episodios de tartamudez. Sólo un porcentaje muy inferior convierte este problema en disfemia, es decir, en un marcado deterioro en la fluidez verbal caracterizado por repeticiones y/o prolongaciones de los elementos del habla, tales como sonidos, sílabas, palabras y frases.

Esta dificultad no guarda relación alguna con la inteligencia, pero merma la capacidad de comunicarse y de socializarse, por lo que es importante prestar atención y procurar su superación.

Un acto involuntario

La tartamudez es un trastorno del habla caracterizado por repeticiones o bloqueos que acarrean una ruptura del ritmo y de la melodía del discurso. Es un acto involuntario y se manifiesta en el niño como una tartamudez natural (no deviene de un trauma sino de sus características particulares) a una edad temprana, entre los cinco y los siete años. Esta primera fase se considera benigna ya que el hablante no trata de oponerse a su dificultad. Sin embargo, si este apuro no se soluciona, comienza a producirse una resistencia y de manera voluntaria se ejercitan una serie de movimientos que amplian el problema. La aparición de esa segunda fase es la respuesta del propio niño ante su tartamudez y la reacción de los demás.

A medida que el trastorno progresa, en torno a los ocho años, las repeticiones se hacen más frecuentes y el tartamudeo es patente en palabras o frases completas. El niño percibe su dificultad verbal y comienza a ejecutar estrategias para evitarla. Sin embargo, al autocorregirse, aumenta los errores y la tartamudea. Aparecen los problemas de aprendizaje porque la actitud del pequeño, su seguridad y sus relaciones se ven afectadas.

En clase y en casa

Un niño tartamudo precisa una atención educativa especial mientras supera el problema. De nada sirve evidenciar la dificultad ante sus compañeros u ocultar el problema. La Fundación Americana de la Tartamudez, una organización que desde 1947 atiende esta particularidad, recomienda que los profesores no pidan al niño que "hable más lento" o "que se relaje", pues esas indicaciones merman su seguridad.

No conviene completar sus palabras ni usurpar su acción de hablar, hay que respetar el turno y el tiempo del escolar. El estudiante progresa en la medida en que se presta más atención al contenido del mensaje que a la manera en que se expresa. Se le debe exigir lo mismo que a sus compañeros, ya que la condescendencia no le ayuda a mejorar su habla. Igual que en el colegio, en casa no tiene por qué estar sobreprotegido. La citada Fundación recomienda que se utilice un lenguaje lento y relajado. No hay que hablar despacio, sino mantener una actitud pausada. Igual sucede con la escucha. Hay que conseguir que resulte relajada, sin ayudar a la expresión ni completar palabras o mostrarse nervioso por la dificultad.

Un hábito adecuado es reservar un par de segundos antes de contestar a una pregunta del niño o antes de dirigirse a él. El ritmo pausado en las conversaciones relaja y aleja la presión. Sin embargo, si el niño tartamudea en más del 10% de su lenguaje, con un esfuerzo considerable, cambia las palabras para evitar tartamudear y emplea sonidos antes de iniciar la frase, se está ante un signo de que es necesario acudir a un especialista y someterle a una terapia de lenguaje.

Fuente: consumer

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